No estamos hechos para el aislamiento, para la incomunicación, y menos todavía para la guerra, para el cruce de acusaciones de unos contra otros, para la desconfianza recíproca y el reproche mutuo.
Estamos hechos para la paz, para la convivencia armoniosa, para el reconocimiento y el amor mutuo, dentro de nuestras múltiples diferencias y sensibilidades.
La sonrisa proclama que uno comprende esa diversidad y consiente en ella, que no se crispa, que no condena, y que quiere compartir el mundo y la vida con el otro. Hagamos el esfuerzo de sonreír, aunque sea con mascarilla.
Como una promesa de paz.